En cualquier área urbana densamente poblada existe una actividad continuada lo suficientemente intensa como para generar cualquier tipo de sonidos, tanto de frecuencias muy altas como bajas. El tráfico, el trabajo de construcción en edificaciones anexas, los animales domésticos, las sirenas; e incluso ruidos dentro de la misma estancia, como los producidos por determinados electrodomésticos, como calefactores, aires acondicionados o simplemente la lavadora.
Todos estos sonidos pueden resultar a menudo molestos. Para tratar de remediar este ruido constante, la ingeniería del siglo XXI ha creado una serie de materiales y prácticas constructivas que funcionan a modo de barrera, permitiendo unos estándares de calidad de vida mejorados con respecto a construcciones anteriores. Pero a la hora de saber qué tipo de sonidos deseamos eliminar de una estancia, es fundamental conocer algunos conceptos básicos acerca de cómo viaja el sonido.
El sonido tiene tres propiedades: amplitud, longitud de onda y frecuencia. La frecuencia está determinada por el número de ciclos por segundo que la onda de sonido produce, este hecho determina el tono - más agudo o grave- que escuchamos. En este sentido, el oído humano puede captar frecuencias que van desde los 16 Hz hasta los 20.000 Hz, siendo 16 el sonido más bajo, es decir, más grave audibles.
Por otra parte, la amplitud del sonido se mide sabiendo la energía obtenida cuando una onda de sonido golpea en una superficie. De este modo se obtiene una medición en decibelios de la amplitud, que podemos denominar intensidad. Por último, nos queda la longitud de onda. Ésta tiene que ver con la física de ondas, y se mide sabiendo el tiempo que transcurre entre dos picos o máximos consecutivos en una perturbación, en este caso, sonora.
Existen numerosos sistemas para intentar mejorar la acústica de estancias, ya sea impidiendo que el sonido exterior penetre en un edificio, o logrando que el sonido producido dentro de una estancia reverbere en esta impidiendo el sonido limpio dentro de la misma.
Es importante distinguir los tipos de problemas acústicos, ya que sólo así puede encontrarse una solución constructiva específica. Veamos algunos ejemplos de los más comunes:
Transmisión del sonido de impacto
El sonido impacto es el producido por el contacto directo con la superficie de paredes o techo. Lo habitual es el sonido de pisadas, pero también puede producirse por maquinaria o simplemente electrodomésticos. Este tipo de sonido es particularmente molesto pues el material constructivo se convierte en la fuente de la que proviene el ruido. Existen
Absorción acústica
La absorción acústica es la capacidad que tienen algunos materiales y superficies para transformar las ondas sonoras en otro tipo de energía, es decir, esta capacidad se caracteriza por evitar que el sonido se refleje.
Cuando el sonido encuentra una superficie con un bajo índice de absorción acústica, las ondas sonoras rebotan contra esta superficie durante tiempo después de haberse producido. El resultado es una reverberación constante, que de alguna manera “ensucia” la atmósfera de las estancias.
En estancias en las que se congregan muchas personas, o simplemente en los que la acústica del espacio es importante (aulas de formación, salas de congresos, auditorios, etc.) es importante contar con materiales de construcción capaces de evitar este problema.
Transmisión del sonido a través del aire
Este parámetro tiene que ver con la difusión del sonido entre espacios. La transmisión del sino a través del aire, incide sobre paredes y techos y puede llegar a estancias aledañas.
Para impedirlo, existen diversos materiales que proporcionan niveles de perdida de esta transmisión, logrando la difusión del sonido. Los elementos de construcción de este tipo suelen ser densos y poseen unos parámetros de forma indicados para lograr que la onda de sonido no viaje a través de ellos.